6 jun 2013

   fue la historia de las mañanas más perdidas de mi vida, y con perdidas no me refiero a derrochadas, sino a sin más sentido que aquel - sin querer, siempre queriendo - desencuentro bajo la lluvia y a distancia.
   observaba desde el alféizar a la chica del abrigo verde que esperaba cada día el autobús a unos metros bajo mi ventana. casi siempre llovía y ella nunca llevaba paraguas. me hubiera gustado saber de cerca lo bien que le sentaba el pelo mojado sobre el rostro, apartárselo de la cara y besarle los párpados. un día incluso me aproximé a la puerta de mi apartamento para bajar y atreverme a decirle algo, ofrecerle un chicle o quizá un chocolate caliente, aunque sé que ella hubiera preferido un batido helado. pero enseguida notaba el picaporte frío y como llovía afuera temía que ella tampoco me mirara a los ojos. en cierto modo, la temía a ella, a ella en su realidad. y por eso la perdí. porque podría haber llegado a quererla, y por eso mismo - y con más relación de la que jamás pensé - casi siempre llovía y ella nunca llevaba paraguas. ella no temía. quizás podría haberme querido.
   fue la historia - es - de cómo mi corazón perdió la virginidad por segunda vez, y de cómo el amor a veces no es suficiente.


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