12 nov 2014

buenos días, tristeza

«Dudo en dar el nombre, el hermoso y grave nombre de tristeza, a este desconocido sentimiento cuyo tedio y dulzura me obsesionan. Es un sentimiento tan completo, tan egoísta, que casi me produce vergüenza, mientras que la tristeza me ha parecido siempre algo honroso. Conocía el aburrimiento, la añoranza, en menor medida el remordimiento, pero de la tristeza no había tenido experiencia alguna. Hoy algo se repliega sobre mí, como un tejido de seda, suave e irritante, y me separa de los demás.»
–Buenos días, tristeza, Françoise Sagan

   The sunshine in the room is rough, illuminated parts of her inert body. The mild heartbeat is the only sound other than the rumour of the typewriter. Cigarette smoke is all around on the room, among the sunlight, the body, and the noise of the morning.

   Su tristeza no tenía nombre, lugar ni fecha de nacimiento, ni tampoco de caducidad. Como mucho, tenía un epitafio premeditado: «Vuelve siempre». Era algo mucho más añejo, de una procedencia infinitamente más profunda. No residía en ningún lugar en el espacio ni en el tiempo, en ninguna otra persona más allá de su propia piel. Y puedo asegurar que su piel era bellísima y real, sobretodo real. Podía ver sus venas a través de ella, sin embargo, y, a pesar de todo, no verla jamás palpitar.
   Recuerdo con increíble y dichosa lucidez una tarde en especial. Ella estaba leyendo en la cama, estaba desnuda y muy quieta. La luz entraba por la ventana como si quisiera atraparla, se posaba en su cuerpo como si formara parte de él, como si fuera un objeto o incluso una sensación inherente a su propia piel. Apoyó el libro sobre su pecho, levantó la vista para mirarme, abrió la boca y me llamó.
   Eso fue todo lo que ocurrió. Cuando llegué hasta ella, ya estaba dormida. El cuerpo le ardía a causa de la fiebre, y ella continuaba rehusando vestirse, así que le eché una manta fina por encima y le volví a mojar el trapo que reposaba sobre su frente. El gesto en su rostro era plácido, a pesar del ceño levemente fruncido. Cuando estuve observándola el suficiente tiempo como para oír los segundos sonando en algún reloj, volví a sentarme frente a la máquina de escribir. 
   Las últimas palabras que podían leerse sobre el papel, aún enrollado en la máquina, eran: «Y no había nada más que lluvia». Fui incapaz de continuar escribiendo aquella mañana. 
   Por supuesto, esto no tiene nada que ver con lo que ocurrió después, pero no dejo de ver una oculta relación entre todos los detalles de la situación y los hechos que sobrevinieron más adelante, como por ejemplo, su piel pálida y que temblaba, y el cielo blanco y casi moribundo que cubría la ciudad el día que se marchó. 

   Fade to black.
   

4 comentarios:

  1. Me ha encandilado completamente este blog, tiene algo especial, mágico...
    (dan ganas de leerte durante una tarde de lluvia)

    Un abrazo bonita ❤

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    1. ¡Muchas gracias! (me gusta escribir en las tardes de lluvia, por romántico que suene, así que a lo mejor hay una especie de conexión ahí, jaja)
      ¡Un abrazo!

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  2. Estoy enamorada de tu ritmo tus imágenes y tus cadencias. BRAVO

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