Cuando
me despedí de Carla en la puerta de su casa, me di la vuelta y me metí en el
claustrofóbico ascensor de aquel edificio antiguo. Tenía uno de esos espejos de
ascensores, ya sabes, siempre están rayados o manchados por alguna parte, y un
arañazo blanco y fino atravesaba mi cara de lado a lado en el cristal. Por
alguna razón, esa imagen me hizo esbozar una extraña sonrisa, como de
complicidad, como si aquel espejo supiera exactamente cómo me sentía en aquel
momento. Al salir a la calle, una noche fresca de primavera invadía la ciudad y
ese viento acompañaba a la inesperada sensación de alivio que sentía caer sobre
mis hombros, que apoyaba su peso entero sobre todo mi cuerpo y al mismo tiempo
me elevaba hacia algún lugar entre las nubes ligeras que parecían anidar en mi
cabeza. Era una suerte de contradicción, como siempre: la dicha de no lograr
nunca ser sólo una cosa por entero. Ni siquiera con Carla había sido posible, y
entonces supe que ya jamás lo sería. Cuando llegué a la boca de metro, ya había
asimilado que aquel «Bueno, adiós» era real, que ya no habría más puertas
cerrándose ante mí con ella detrás. Todo lo que fuimos y no fuimos –sí, a la
vez, al mismo tiempo y nunca– ya no importa. De hecho, de un tiempo a esta
parte he ido olvidando su rostro, incluso a veces pienso que si la encontrara
caminando por la calle sería muy posible que no la reconociera, que cruzáramos
nuestros caminos en cualquier acera como dos personas que jamás han hecho el
amor juntas. Por supuesto, nada de esto pasaba por mi cabeza aquella noche
cuando me subí al vagón de metro. Estaba tremendamente vacío, era de madrugada
y sólo el ruido del tren llenaba el espacio. De nuevo me descubrí mirándome a
mí mismo con cierta indulgencia y desahogo, al otro lado del vagón, en el negro
reflejo de los cristales llenos de tachadas y pintadas. Esta vez nada me
cruzaba la cara, pero tras el cristal todo se movía vertiginosamente y yo tenía
la sensación de no poder mover ni un músculo. Ahora reconozco que esperaba que
en cualquier momento mi cabeza saliera desprendida de mi cuerpo movida por la
inercia del tren, y verla alejarse hacia ninguna parte en el reflejo. Al llegar
a mi parada, estuve muy tentado a continuar el trayecto sin saber muy bien
dónde bajarme, pero no pude evitar que mis piernas se movieran y salí del vagón
para subir las escaleras de nuevo hacia la noche. Había empezado a llover y aún
me quedaban por andar unos pocos minutos hasta llegar a mi casa, el lugar donde
viví durante cuatro años y al que nunca fui capaz de llamar hogar. Crucé la
penúltima esquina y encontré a una chica en medio de la carretera desierta y
llena de luces que atravesaban las delgadas gotas. Frené instantáneamente para
observarla: estaba simplemente allí de pie, en mitad de la noche, dejando que
el agua la empapara. No sé cuánto tiempo permanecí con los ojos pegados a aquel
cuerpo menudo, de aspecto frágil pero perfecta y aterradoramente tangible,
supongo que sólo fueron unos pocos segundos, pero sirvieron para electrocutarme
por dentro. No tengo ni idea de por qué, pero el hecho de que yo la viera de
aquella manera, tan íntima y tan expuesta, engendró una chispa que prendió y a
través del asfalto mojado llegó a mis pies para provocarme una especie de
descarga eléctrica que me recorrió hasta el último pelo de mi cabeza. Después
de unos instantes, no pude hacer otra cosa que sacudir la cabeza y continuar mi
camino. Recuerdo con impecable precisión que entré en mi piso, me senté frente
al ordenador y empecé a escribir por primera vez en meses, pero no logro
recordar de qué trataba el texto, y como casi todo lo que he tenido a lo largo
de mi vida, lo perdí. Dejé que la ropa se me secara durante las horas que
permanecí allí sentado. Todavía no lo sabía, pero acababa de conocer a Julia.
Fade to black with the sound of the typewriter.
Precioso.
ResponderEliminarTengo que admitir que tu blog es uno de mis favoritos,
me pasaría horas y horas leyéndote.
Me encanta la forma que tienes de expresarte y la ternura que transmites.
Un abrazo de oso polar.
¡Muchísimas gracias, Lisboa! Me alegra mucho que pueda llegar a ti de esa manera.
EliminarUn abrazo enorme.
Precioso.
ResponderEliminarTengo que admitir que tu blog es uno de mis favoritos,
me pasaría horas y horas leyéndote.
Me encanta la forma que tienes de expresarte y la ternura que transmites.
Un abrazo de oso polar.