7 feb 2013
(volverás)
— ¿Te irás? — le decía.
Ella miraba las ondas que hacía el agua con la punta de sus dedos. Dedicó un instante breve a mirar al cielo. Suspiraron sus pupilas — de cicatrices y de añoranza —; no respondió.
— Birdy, dime, ¿te irás?
Él había dejado de remar. La miraba fijamente, y sentía en el eco de la nuca de la muchacha cómo caía desde arriba, despaciosa y resuelta, una pluma blanca.
La pequeña barca se movía con el viento a la deriva, suave. Los remos reposaban y había cristal en los ojos del muchacho.
Birdy se giró hacia él y le clavó las pestañas en los latidos. Sí, se iría. Una grieta en el cristal.
Se removió en la barca, sacó un papel del bolsillo y empezó a doblarlo con cuidado. Así salieron las palabras de su boca.
— Quizá siempre tuve miedo de echar a volar. Quizá nunca supe cómo mover las alas — sus manos en silencio sujetaban la paloma de papel que había hecho. Le miró de nuevo a los ojos —. Quiero dejar el quizás en tierra y despegar, irme lejos.
Will entonces ya la echaba de menos. Birdy se inclinó sobre la barca y dejó el pajarito sobre el agua con cautela, delicada. El aire vino pronto a impulsarle; elevó también un mechón de su pelo, y otra pluma removió el agua.
Will esperaba poder ser su copiloto. Al menos mándame postales, quiso haberle dicho.
Will veía sus alas creciéndole en la espalda.
— Volarás — le advirtió.
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