16 feb 2013

(buenos días)


   Nadie me espera.
   No sé por qué aún abro la puerta ajada de mi apartamento con esa esperanza, por que aún me hago sentir ese cosquilleo en los dedos al rozar la llave con la cerradura. Por qué cojones me sigo sorprendiendo cuando cada vez que cruzo el umbral no encuentro nada.
   Cierro la puerta en la oscuridad. Nadie ha encendido la luz para recibirme. Me asomo a la cocina, no tengo cena preparada. Oigo únicamente cómo caen las llaves donde sea que las haya tirado. El whisky me llama, pobre desgraciado, pero ya no le tengo ganas. Como nadie me desviste, a la mañana siguiente despertaré con la ropa de la noche anterior, y tendré esa sensación extraña, ya casi la siento. Aquel vacío. Ese vacío. Este vacío.
   Mi cama no es cómoda ni mi techo es admirable, pero me tumbo y lo miro. Nada reconforta. La luz entra con reparo desde la ventana, como huyéndome. Intento escuchar el silencio, pero mi interior está demasiado callado. Nadie espera que hable.
   No tengo fuerzas para preguntarme qué pasaría si me quedara así para siempre. He dejado de tener la capacidad de pensar en una posibilidad alternativa, de imaginar una realidad diferente. Me pregunto constantemente qué fue exactamente lo que me la arrebató, en qué momento la perdí. Cómo es que no se despidió, ni si quiera dejó una nota, la condenada. Con toda seguridad la abrazaría y la mataría si la volviera a tener delante, la puta realidad. Supongo que dejó de venir cuando dejé de buscarla.
   Me miro las manos, comprendo entonces. Estoy solo. Irremediablemente, aquel apartamento donde vivo, está solo; aquellas esperanzas donde existo están desoladas. Este lugar donde habito y donde palpita está asolas. Ni si quiera futuro.
   Nada me espera.

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