2 mar 2013

Tenía el pulso abatido.

Hablaban en braille con los escalofríos.
Él miraba el vaivén de su pecho al balancearse en una respiración que no auguraba más que tempestades - y en algún lugar protegido por la escarcha, calma -.
Parecía inestable. De pronto estaban haciendo equilibrismos sobre una cuerda floja. Tenía la sensación de que aquel ritmo intranquilo de las inspiraciones podría desmoronarse en cualquier instante.
Le acariciaba las manos para calmarla. Estaban frías. Le suspiraba en las mejillas que le ardían.
Ella tenía las yemas de los dedos rojas, y las había ido dejando marcadas por toda la habitación. Se encogía entre sus brazos, y decía a media voz:
- Soy un elemento inestable - era el sonido de las palabras rasgadas -. Soy el grito fuerte de un sueño despierto que me acaricia las huellas dactilares, que me quiebra los suspiros.
Le miró a los ojos.
Tenía el pulso abatido.

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