19 sept 2013

Underwood, 96. (parte II)


Tomará aliento para pronunciar las palabras siguientes, tras un ínfimo suspiro, y dirá que en ese preciso instante, todo fue un desastre. La realidad cayó sobre él como una losa pesada, y la vida jamás volvió a parecerle lo mismo. Creía que podría continuar como si nada, dejar pasar aquel sentimiento – después de todo, era humo –, así que cuando el cigarrillo estuvo tan consumido que ya sólo podría fumarse el filtro, lo aplastó con parsimonia en el alféizar de su ventana, dejando un rastro de ceniza que acompañaba a los otros.
            Y simplemente, ocurrió.
            Un rumor de pasos llegaba hasta sus oídos, pero era incapaz de adivinar de dónde provenía. Al principio se asustó, y tardó un momento en descubrir que el sonido emanaba de su interior, y aquello lo asustó aún más. Liam se aproximaba tanto a sí mismo, que podía oírse caminar, podía confundir el ruido de sus pisadas con los latidos acelerados que se despertaban en algún lugar de sus entrañas. Entonces, la realidad le pareció difícil. Quiso tratar de asirla entre las manos, pero sintió que se le escapaba cada segundo un poco más, y comprendió que aquello era la verdad. Siempre la había sido, y protagonizaría su día a día hasta que dejara de vivir. Aquella era la misma sensación que había ido tomando forma a medida que inhalaba y exhalaba humo tras hacerlos pasar por sus pulmones, aquella era la sensación de que había algo en el mundo que permanecía etéreo. Y era eso lo que le fascinaba.
            De manera instintiva, sus pensamientos le dirigieron a sus entrañas. Quiero decir, que él entonces lo veía como si fueran vísceras. Imaginaba órganos internos bañados en tinta en lugar de sangre, marcados por las letras que las placas metálicas de su máquina de escribir dejaba impresas en el papel, tan blanco como su inocencia perdida, tan manchado como su inocencia perdida. Apenas había sido consciente del cambio, pero había ocurrido. Se frotó los ojos, y cuando quiso enfocar la vista, lo que encontró ante él fue la imagen del autorretrato: la escritura.
       Como un niño que aprende a hablar, las primeras palabras de Liam llegaron años después de aquel momento, cuando aquel septiembre se encontró a sí mismo frente a una máquina de escribir mucho más vieja que él, y un papel medio en blanco que acababa de nacer, que acababa de hacerle nacer. Las primeras palabras de Liam fueron: «Soy un ave fénix en el agua».

6 comentarios:

  1. Me gustó mucho la última frase, como colofón a estos dos relatos encadenados.

    ¡Nos leemos!

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    1. ¡Muchas gracias! Aún quedan muchas cosas por decir de Liam, pero ya iré dejando poco a poco más textos.
      Un beso (:

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  2. Tinta como sangre, qué bonita explicación para la enfermedad de la escritura.

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  3. La sagre entintando tus letras. La tinta ensangrentando tu resistencia. Tal vez escribir sea precisamente, resistir. <3

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    1. Muchas gracias por tus comentarios (no los había visto todos hasta ahora, ¡perdona mi despiste!) (:

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