Hoy volví a París y sigue siendo igual de preciosa: la Torre Eiffel sigue siendo igual de alta y emblemática, la Catedral de Notre Dame igual de grandiosa, el Museo del Louvre igual de fascinante... Pero hay algo que ha cambiado. Quizás sea el cielo, que se tiñó de blanco, o el frío que está de visita y parece que pretende quedarse todo el invierno. Puede que sean las manoplas, o el vaho en el que se convierten las palabras. Tal vez el tiempo, la hora, ¿qué hora es? O que esta vez vengo pelirroja, me cambié de collares, aunque estos no de significado, mudé las compañías, y metí en la maleta demasiados echares de menos, que ahora tengo conmigo otra galaxia Andrómeda que me acompañaría hasta donde fuera si se lo pido, o que nunca me gustó Mickey Mouse y en los últimos años he pasado a odiarle. No sé qué habrá cambiado, quizás yo, pero París ya no es la misma.
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