Caminaba contra la tempestad. El viento ondulaba su pelo, las gotas mojaban su rostro y calaban hasta sus ideas. Nadie más podía verla, tan solo las nubes que descargaban toda su ira contra ella, tan solo el viento que la agredía con fuerza y apenas le dejaba avanzar. Tan solo sus pupilas, que se deslizaban por ninguna parte.
Entonces, cuando sentía que podía correr a la par que desfallecer en cualquier momento, un torbellino formado por nada le hizo despeñarse por un vacío en forma de acantilado.
Despertó como si le hubieran dado con algún desfibrilador para reanimarla de un sueño intranquilo. Sudaba, congelada de frío; dudó entre despojarse hasta del pijama o cubrirse más con las mantas, y se decidió por dejarse caer bruscamente de nuevo sobre el colchón, exhausta, pero no volvió a cerrar los ojos más allá de los instantes que duraban los pestañeos, quizás por miedo, tal vez por cansancio.
No era la primera vez que le sucedía algo así, habituaba a soñar con tempestades, huracanes, remolinos que la arrastraban.
Se acostó de lado sobre la cama y volvió a arroparse, cuando estuvo algo más calmada, pero justo cuando había logrado acomodarse, sonó el despertador. Lo apagó con desgana y se dió la vuelta, irritada y enfurruñada, aunque no tardó en levantarse. Tampoco iba a poder seguir durmiendo si la dejaran...
Se asomó al hueco entre persiana y pared por el que se asomaba algo de luz matutina, muy propia de un jueves de invierno en peligro de extinción a las siete y media escasas. Las ranuras de la persiana dejaban pasar puntitos de luz, como luciérnagas de día, que se acomodaron en su rostro, dibujando sus siluetas sobre su nariz hasta sus cejas, reflejando en sus ojos más preocupación que el paisaje que observaba: dos gatos caminaban con elegancia por el asfalto y se miraban de vez en cuando, como si conversaran de algún tema interesante, aunque poco después cada uno se perdiera debajo de algún coche o saltando cualquier muro.
- Vas a llegar tarde - se oyó la voz hostil de su madre por las mañanas, desde la puerta de la habitación, ya vestida y lista para trabajar. La chica se giró, rompiendo su ensimismamiento, aunque no le sorprendió la escena, de la que su madre huyó rápido.
El reloj le advirtió que debía darse prisa, aunque ella hizo caso omiso.
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