29 nov 2012

Las puñaladas que arderán.


   Al principio, nada era. Tan sólo un camino inefable de sombras. Los comienzos a veces son inciertos, éste era uno de esos, inflamable como un río de gasolina.
  Su figura recortada en el ocaso, allí, semejante a un árbol sin hojas, como manto el otoño, la primavera como llanto, aunque las únicas estaciones que le importaban entonces eran las de tren.
   Su silueta que estallaba en gritos silenciosos con cada traqueteo, y buscaba en los ratos envasados al vacío algo de paz. En las largas tardes que pasaba tumbada en las vías, tumbada en los momentos en que casi se confundía con aquellos maderos, con aquella grava áspera, y sin ser, y hasta con aquella garra punzante que le arrancó su nombre, sin cómo ni por qué. Tal vez la respuesta estaba un poco más alante.
   En ese último instante en que revivía la puñalada casi letal, reaccionaba. Con la voz áspera y cortada por el frío, se miraba en algún charco y siempre se decía lo mismo.
   - Los finales son aún más agrios, Juliette.
   Llevaba siempre encima una caja de cerillas. En el bolsillo izquierdo de su abrigo dormitaba aquella bestia, todos los recuerdos ensartados en las llamas de un fósforo que en los ratos bajos como aquel encendía y despertaba rugiendo ante sus propios ojos todas las posibilidades perdidas que ardían, y más allá de aquello quizá cenizas que renacerían.




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