El amor le trae de cabeza. Le tira del pecho, le arranca las lágrimas a tiras. A veces, a voces, le da miedo cruzarse con tinta y papel. La mezcla más explosiva que conoce. Corrosiva e ilimitadamente desmenuzadora. Pero tan necesaria. Le aterra que no salgan las palabras. Aún desconoce su escondite, y le inquieta la posibilidad de que rebeldes criaturas como estas se escondan de unas manos como las suyas.
En un baño de agua y hielo vierte la tinta, y se congela lentamente el líquido en sus venas. El sabor a óxido de la sangre, y el sabor agridulce por el que se deja seducir y que tiñe sus folios, ahora resbalan entre sus dientes, gotean desde la punta de sus finos dedos amoldados a un bolígrafo y explotan esas gotas a cámara lenta sobre los azulejos claros de aquel cuarto. Hunde la cabeza en la densidad del agua y deja que recorran sus poros los pigmentos de tinta, que se lleven las células y las letras el oxígeno de sus pulmones. Regresa a la superficie, hiperventilando. Confunde las lágrimas de sus mejillas con las gotas del agua turbia que casi le ahoga en su tibio vaivén. Sale despacio y resueltamente de la bañera y le recibe el gélido sopor de las madrugadas en vela, como barcos a la deriva, se alzan las estrellas, flotando en el reflejo de su ventana.
Para un instante. Frena, inspira. Siente las ideas con el fluir de los impulsos de cada ventrículo. Sigue, espira. Y se vierte ella en el papel. Coge aire, lo transforma en palabras, lo suelta; así es su proceso de respiración, y es la cura para sus desequilibrios.
Escribir y respirar se parecen tanto cuando se habla de sus entrañas. Sólo busca entre versos y prosas, el desahogo y las respuestas.

Alguien que le ha gustado tu publicación quería comunicartelo, piezy ;)
ResponderEliminarNo sabes la ilusión que me hace encontrarme comentarios, y más si son tuyos :')
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