17 mar 2013

Breve frío y repentino calor en la espina dorsal.


No fue exactamente el color del cielo. Era bonito si mirabas hacia arriba, pero en cuanto tornaras los ojos hacia el interior, todo era nublado. Los escombros mantenían una nube de polvo y pérdida constante en aquellos latidos. No fue el sonido del tren llegando al andén, ni tampoco la temperatura que hiciera en el vagón, ni los reflejos en las ventanas, ni el traqueteo intermitente de las ruedas sobre los raíles. Las sombras del tren de madrugada recorrían el vagón de un lado a otro cada vez que atravesaban una parada. Se levantaron al mismo tiempo y fueron en la misma dirección desde asientos opuestos, no se habían visto antes y aún no había después. Fue un momento. De alguna manera sus dedos estaban entrelazados - como hilos que accidentalmente se retuercen, como los auriculares que se enredan en los bolsillos, como una historia en la garganta de alguien - y era de pronto como si aquel hubiera sido siempre el lugar donde debieron estar. Fue tan sólo un momento, un beso desconocido, una ráfaga que se llevaba de repente los escombros. No fue la lluvia fina que se colaba en sus zapatillas, ni las manos pequeñas de ella, ni el pelo indomable de él. No fue una corazonada, ni fue ecplícitamente un por qué, no fue irremediable ni cosa del destino. Sólo fue un momento. Una simple coincidencia, un capricho del desorden del cosmos.
Se habían saltado la parada. No les importó perderse.

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