6 oct 2012

Domingo por la tarde y ocho olvidos a la espalda, más unos confusos siete años colgando del cuello.
 Del cuello que tienen los símbolos de interrogación. Siempre interrogación. Pero nunca encontraba el punto. Siempre las curvas, pero nunca el puto.
 Y como todos los vasos tienen un colmo que se llena, la gota llegó aquella tarde, aunque no llovió.
 Sí, cuando los accidentes necesitan explicación, las dudas y el miedo hablan tras megáfonos, y cansa pensar que ya no quede nada. Fue así como rebosó el vaso.
 Y así fue como se coló en los archivos del orfanato que le resguardaba del temporal, pero no de las otras tempestades, y como descubrió en su nombre una muñequera y una fotografía de un bebé en manos de un hombre feliz, atrás una fachada rojiza.
 Rojizo el blanco de sus ojos, de rabia, de impotencia, y luego de determinación.
 Sólo cogió sus cosas y todo su valor, se armó de incógnitas, y le dijo adiós a todo lo que no se había atrevido a preguntarse durante años, a aquello que se resistía a responderse.
 Bienvenido a la vida y al misterio, pareció leer en el felpudo que trazaban las nubes, recibiéndole estaba el horizonte.

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